Habiendo contemplado algunos de los paisajes más bonitos de todo nuestro viaje, dejamos la West Coast y nos adentramos en la región de Otago, conscientes de que sería difícil mejorar lo visto. Pero, aahh, este país tiene muchas sorpresas ocultas.
La région de Otago es un imán para los amantes de los deportes de aventura y actividades al aire libre. Aquí se inventó el bungy jumping (en el puente Kawarau), hay decenas de lagos enormes para práctica deportes acuáticos, estaciones de esquí, bosques (como no), y un largo etcétera.
Pertrechado contra el viento en Wanaka
Nuestra primera parada fue, de hecho, en la pequeña ciudad de Wanaka, al borde del lago del mismo nombre. Aunque estábamos en temporada baja, se notaba la afluencia de turistas y había tiendas de deportes en cada esquina, además de ofertas para tours de todo tipo. Aquí pensamos alquilar unos kayaks, pero ese día había demasiado viento y tuvimos que contentarnos con un buen paseo por la orilla del lago.
En Queenstown, principal ciudad de la zona, volvimos a sentir ese aire vacacional y festivo, aunque a mayor escala. Imagino que en verano o en invierno, la ciudad debe de hervir con miles de aficionados a la vela o al snowboard, respectivamente; lo cierto es que las actividades no faltan y, como muestra de ello, basta con subir al monte Bob (ver sección "Imprescindibles") para disfrutar de un día de diversión y adrenalina muy completo con tirolinas, karts, mountain-bike,...
Lago Te Anau
Antes de volver a la costa este, nos acercamos al Parque Nacional Fiorland, quizás el mayor de Nueva Zelanda, para último vistazo combinado a montañas y lagos. En el pequeño pueblo de Te Anau nos quedamos a dormir en unos de los cientos de campings que jalonan el territorio kiwi y, como de costumbre, nos quedamos alucinados con la calidad de los servicios y la limpieza de las instalaciones: duchas calientes sin tiempo límite, WiFi gratis, cocinas comunales bien equipadas, etc. Para los que sois amantes del viaje en furgoneta o autocaravana, en Nueva Zelanda tenéis un pequeño paraíso.
Aquí, además, nos ocurrió uno de los sucesos más pintorescos de todo nuestro viaje: en uno de nuestros paseos por los bosques, un pato se nos "acopló" y nos estuvo siguiendo durante unos buenos 3 kilómetros, hasta que se dio cuenta de que no teníamos comida y se fue detrás de otra pareja con la que acabábamos de cruzarnos. Dejo testimonio gráfico.
Aunque nuestra intención inicial era bajar hasta Invercargill, la falta de tiempo y las recomendaciones del español que nos habíamos encontrado (la ciudad, al parecer, no vale el desplazamiento) nos hicieron poner rumbo hacia Dunedin tierra a través. En el camino,nos paramos en Gore, pequeña ciudad de nombre poco tranquilizador pero, no obstante, un sitio agradable. De hecho, aquí acampamos en un complejo hipico/deportivo municipal a un precio más que asequible.
A pesar de no llegar a la costa Sur, Gore fue el lugar más meridional en el que hayamos estado jamás, a poco más de 4.000 kilómetros de la Antártida, y el punto más al sur de nuestro viaje. De ahora en adelante, pondremos rumbo al norte.
Ovejas pastando