Tras la agradable estancia Campeche, nos tocó poner rumbo al interior para pasar unos días en Palenque, en plena jungla de Chiapas.
Como ya no vamos a ver el mar hasta Perú, decidimos bordear la costa hacia Sabancuy y darnos un último baño en las aguas del Golfo de México. Nos acomodamos bajo un palapa (cabaña) y nos relajamos tomándonos un refresco bien frío que nos supo a gloria.
Playa de Sabancuy
Llegamos a nuestro destino a media tarde y, tras instalarnos en un apartamento amplio y confortable, fuimos a recorrer el centro.
Desgraciadamente, si Campeche nos emocionó, no podemos decir lo mismo de Palenque ciudadPalenque (ciudad). Este pueblo grande, crecido a lomos del boom turístico que vive México, no tiene ningún interés. Calles anodinas repletas de abarrotes (ultramarinos), puestos callejeros y ningun atractivo arquitectónico: en media hora habíamos dado la vuelta al centro y comprado las cuatro cosas que necesitábamos. Esperábamos que los alrededores compensaran nuestra desilusión.
El domingo decidimos ir a ver una de las muchas cascadas que existen en Chiapas y nos decidimos por la de Roberto Barrios, recomendada por nuestro anfitrión (de hecho, no viene en nuestra guía). Encontraréis una entrada en la sección "Imprescindibles").
Palenque
Al día siguiente nos tocaba la visita a la zona arqueológica de Palenque, que superó nuestras expectativas. Ciudad del período clásico (600-900 d. C.), Palenque fue en su apogeo una ciudad de más de 17 kilómetros cuadrados; en el yacimiento se pueden visitar templos, palacio, zonas funerarias y muchos edificios que se encuentran inmersos en la jungla. Son las ruinas más grandes que hemos visto hasta ahora y las mejores.
Templo de la cruz foliada
Si tuviese que elegir entre Chichén Itzá y Palenque, escogería sin dudar esta última: más grande, menos hordas de turistas, situada en medio de la jungla (lo que le da un halo más "aventurero") y, además, mucho más asequible. Eso sí, el calor húmedo es duro de soportar, aunque vengas a primera hora de la mañana.
Misol-haNuestro último día empezó con una visita al museo de las ruinas de Palenque (otra ventaja sobre Chichén Itzá), que no habíamos podido visitar el día anterior por estar cerrado (nos valió el mismo ticket).
Después, nos encaminamos a la cascada de Misol-ha, a 20 kilómetros de distancia.
Este salto de agua, de unos 30 metros de altura, cae en una laguna que, sin ser de aguas cristalinas, si es apta para el baño, cosa que no desaprovechamos. Además, tiene el interés añadido de tener un sendero que pasa por detrás de la cascada, lo que no deja de tener su gracia.
Finalmente, ya de camino a San Cristóbal de las Casas, nos paramos en Aguas Azules, las cascadas más famosas de Chiapas. Si bien son más grandes que las demás y con más saltos de agua (azul, como lo indica el nombre), quizás es la que menos me impresionó, debido a la afluencia de turistas y a la cantidad de puestos de venta que se encontraban en la orilla. Tanto ajetreo le quitaba algo de magia.
Aguas Azules
Nuestra primera etapa de Chiapas, por lo tanto y a pesar del calor asfixiante, fue positiva. Además, la idea de alquilar un coche se reveló como muy acertada, ya que nos permite visitar lugares bastante inaccesibles, de forma cómoda y rápida. Seguro que a partir de Guatemala sufriremos más, pero es parte del viaje.
Finalmente, en la próxima entrada (y de ahora en adelante) intentaré hablar un poco sobre el modo de vida de los lugareños, ya que nuestra interacción con ellos también es una parte importante de nuestro viaje.
Dicho esto, veremos ahora qué nos depara San Cristóbal de las Casas.