01 May
01May

Nuestros primeros moai

Como bien indica el título de esta entrada, hemos alcanzado uno de los puntos más extremos y recónditos de nuestro viaje, la Isla de Pascua (Rapa Nui en la lengua local). Es, además, uno de los destinos por el que teníamos especial debilidad cuando planificamos nuestro itinerario, por lo que estábamos muy ilusionados con la idea de pasar unos días junto a moais y volcanes, en medio del Océano Pacifico. 

Llegando a Rapa Nui

Llegamos a la isla tras un vuelo de 5 horas desde Santiago de Chile, habiendo madrugado de lo lindo una vez más (3:30 de la mañana). Creo que en este viaje hemos batido todos los récords en cuanto a noches cortas, y eso que estamos de vacaciones. 

Lo primero que tengo que decir es que la isla es bastante pequeña, tanto como para poder recorrerse en bicicleta: es un triangulo de unos  20x17x16 km, es decir una cuarta parte que la isla de Menorca. Nosotros, como buenos deportistas, optamos por alquilar el coche más popular de la isla, el Suzuki Vitara, para poder recorrer las 2 o 3 carreteras que existen. 

Ademas, la isla es sorprendentemente verde, con muchos pastos y prados, aunque sin apenas árboles. La flora es la que se espera de una Isla oceánica, con algunas palmeras en las costas, pequeños arbustos, muchas flores de gran tamaño, aunque casi ninguna endémica. También hemos vuelto a ver bastantes buganvillas, al igual que ocurría en México y Guatemala (en la costa de Chile se ven muchas más adelfas). 

El único pueblo de la isla es Hanga Roa, ubicado en la costa de una de las esquinas de la isla, y donde se concentra más del 90% de la población y de los alojamientos turísticos. Aunque es reducido en tamaño, cuenta con bastantes servicios e instalaciones: campo de fútbol, gimnasio, municipalidad, correos, y una flamante biblioteca que se inauguró durante nuestra estancia allí.

Además, como todo pueblo turístico (ahora el turismo es la principal industria de la isla), cuenta con muchos restaurantes y tiendas para comprara recuerdos de todo tipo, desde camisas floreadas a reproducciones de moais de diversos tamaños. 

Moai y moi

Tras comprar la onerosa entrada que da acceso al Parque Nacional donde se encuentran los principales monumentos de la isla (26 sitios arqueológicos) emprendimos la visita recorriendo un camino sin asfaltar para ir a visitar la caverna de Ana Kakenga, que se encuentra pasando Ahu Tahai, donde el día anterior habíamos contemplado la puesta de sol. Esta caverna servía, aparentemente, de refugio en caso de guerra. 

Ahu Tahai

Después de desandar el arduo camino, visitamos Ahu Akivi, en las faldas del volcan Maunga Terevaka - punto más alto de la isla-, y únicos moai que miran al océano. También fuimos a Puna Pau, la cantera donde esculpian los pukao, esos curiosos sombrerillos que tienen algunos moai. Lo curioso de esos pukao, además del tamaño (algunos de varias toneladas de peso), es que los trasladaban hasta a 12 kilómetros de distancia hasta los altares (ahu) donde se erigían los moai. Toda una proeza. 

Después de relajarnos y bañarnos en Anakena, prácticamente la única playa de la isla, decidimos bordear la costa parando en Te Pitó Kura, lugar donde se encuentra el mayor maoi jamás erigido (10 metros), aunque ahora se encuentre caído. 

Al día siguiente empezamos nuestra jornada con una caminata ascendiente al crater de Rano Kau, el mayor de la isla. Las vistas en la cima eran fantásticas y sobrecogedoras, como podéis observar en la foto:

Rano Kau

Un poco más lejos se encuentra Orongo, un lugar ceremonial y sagrado, donde se elegían a los jefes de tribu y donde comenzaba la competición anual para elegir al Tangata Manu, el hombre-pájaro. En ésta participaban los mejores hombres de la isla con el objetivo de encontrar el primer huevo estacional del manutara (gaviotin): para ello, bajaban por los acantilados hasta el mar, nadaban con un flotador de totora hasta la isla de MotuNui y allí, esperaban días o semanas la llegada de los primeros pájaros. 

Tras un picnic reparador, emprendimos el camino de la costa para visitar otros sitios fantásticos como Rano Raraku, la cantera de los moai o Tongariki, el mayor ahu de la isla. En la primera están decenas de moai, acabados o todavía semi-incrustados en la pared del volcán, algunos completos y algunos rotos. Desde ese punto los llevaban a cualquier rincón de la isla (no está muy claro cómo) para erigirlos en los altares correspondientes. Quizás sea esta una de las estampas más famosas de la isla. 

Acabamos nuestro día, una vez más, en la playa de Anakena, ya que no todo van a ser visitas culturales. 

Como podéis ver por las fotos, RapaNui realmente es un destino envidiable, con un clima casi perfecto; incluso podría ser un lugar de retiro apetecible si no fuera por el hecho de estar... en mitad de la nada. La verdad es que me hubiese quedado con gusto unos días más, pero nuestro ajustado presupuesto no daba para más (aquí los precios se parecen más a los de París que a los de México). 

Ahora nos toca volver a cruzar el Océano, aunque está vez sólo sobrevolaremos Rapa Nui, pues nuestro destino es la tierra de los kiwis y ovejas, el lugar que se dio a conocer gracias a Él Señor de los Anillos, Nueva Zelanda. Adiós América, hola Oceanía. 

Tongariki



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