Si en las entradas anteriores relaté los difíciles viajes entre Palenque y San Cristóbal y entre ésta y el lago Atitlán, tengo que terminar mi trilogía con nuestro traslado hasta Antigua.
Como el viaje iba a ser medianamente corto (unas 3 horas), elegimos viajar en un autobús que los extranjeros llaman, despectivamente, chicken bus. Son antiguos autobuses escolares estadounidenses repintado y reutilizados como transporte público interurbano y el nombre se debe a que antiguamente se podían ver a locales que llevaban en ellos a sus gallinas al mercado. Para mi, el nombre más bien se debe a que el que lo coge no es precisamente un gallina.
Nos subimos a nuestro bus e iniciamos una loca travesía entre las montañas, cogiendo curvas a más de 80 por hora y agarrándonos donde podíamos para no salir despedidos de nuestros asientos. Los locales iban tan tranquilos, pero nosotros íbamos con la vista puesta al frente por si acaso. Por los 35 quetzales que pagamos (4 €), disfrutamos de nuestra propia montaña rusa guatemalteca. Toda una experiencia.
Antigua, ciudad Patrimonio de la Humanidad, se encuentra a los pies del Volcán del Agua, un coloso de 3.760 metros de altitud. Esta ciudad colonial fue la capital del Reino de Guatemala durante más de dos siglos, hasta 1776, año en que la capitalidad se trasladó a la actual Ciudad de Guatemala.
Antigua
Con sus calles empedradas y sus casas de planta baja, me recordó a San Cristóbal de las Casas, aunque el ambiente era algo más refinado y festivo, por ser una ciudad que recibe a muchos turistas (estadounidenses sobre todo) y ser lugar de recreo de mucha gente de la capital. Restaurantes y tiendas de diseño copan sus calles, en las cuales se pueden visitar muchas ruinas de edificios históricos, sobre todo Iglesias, con eventos y monasterios.
Cuando digo ruinas no uso la palabra en vano, pues el terremoto de 1773 destruyó casi toda la ciudad y no quedó prácticamente nada en pie. De hecho, fue una de las causas del traslado de la capital y esto tuvo como consecuencia que no se reconstruyera prácticamente ningún edificio. Por lo tanto, todo lo que se puede visitar son, efectivamente, ruinas (por las que no tienen ningún reparo en cobrarte 40 quetzales).
Uno de los pocos edificios restaurados es el de la Compañía de Jesús, que ahora es sede de la Oficina Española de Cooperación Internacional, un lugar al que no me importaría ser destinado algún día, si me lo ofrecieran (aunque lo veo difícil).
Aún así, disfrutamos de nuestra estancia y vivimos incluso un anticipo de las celebraciones de la Semana Santa, que aquí se viven con auténtico fervor. Todos los balcones estaban decorados con telas púrpuras, habia procesiones y se respiraba religiosidad por todos los rincones.
Como excursión, decidí subir al Volcán Pacaya, el único de los volcanes que rodean la ciudad que permanece activo (los otros, además del de Agua, son el Acatenango y el de Fuego). Ver sección "Imprescindibles" .
Preparativos de la Semana Santa
Los dos últimos días de nuestra estancia en Guatemala los pasamos en la capital. Para ir hasta allí, tras una buena caminata con las mochilas a la espalda, volvimos a coger un chicken bus que nos llevó volando hasta nuestro destino.
No puedo cantar alabanzas de la capital, pues no tiene muchos puntos de interés, ni se presta a bonitas caminatas. Además, la sensación de inseguridad fue la mayor que vivimos en Centroamérica, con diferencia. Ver todas las tiendas con rejas y guardias armados hasta en una zapatería no es el mejor reclamo para los turistas. Aún así, visitamos el museo del Banco de Guatemala, la Plaza de la Constitución, la Catedral y el Palacio Nacional, donde fui condecorado con la Orden del Guacamayo por el mismísimo guía. La foto, a continuación...